domingo, 31 de enero de 2010
LOS CÍRCULOS
Increíbles Extrañ@s:
Estais tod@s invitad@s al lanzamiento de la novela histórico-esotérica y conspiranoica del que suscribe
el día 8 de febrero a las 19h30
en la librería Blanquerna, C/ Alcalá 44 Madrid
Si queréis saber más sobre los entresijos de esta singular obra, que estará en librerías a partir del día 9
podéis echar una ojeada a
www.loscirculoss.blogspot.com
en donde se os mantendrá informad@s de todo tipo de asuntos "circulares"
Gracias por vuestro apoyo y por hacer rular estas informaciones a tod@s l@s Increíbles Extrañ@s que conozcais (e incluso a l@s otr@s!)
Bibliomancy
Bibliomancy, or divination by the Bible, had become so common in the fifth century, that several councils were obliged expressly to forbid it, as injurious to religion, and savoring of idolatry.
This kind of divination was named Sortes Sanctorum, or Sortes Sacrae, Lots of the Saints, or Sacred Lots, and consisted in suddenly opening, or dipping into, the Bible, and regarding the passage that first presented itself to the eye as predicting the future lot of the inquirer. The Sortes Sanctorum had succeeded the Sortes Homericse, and Sortes Virgilianse, of the Pagans ; among whom it was customary to take the work of some famous poet, as Homer or Virgil, and write out different verses on separate scrolls, and afterwards draw one of them, or else, opening the book suddenly, consider the first verse that presented
itself as a prognostication of future events. Even the vagrant fortune-tellers, like some of the gypsies of our own times, adopted this method of imposing upon the credulity of the ignorant. The nations of the East retain the practice to the
present day. The famous usurper. Nadir Shah, twice decided upon besieging cities, by opening at random upon verses of the celebrated poet Ilafiz.
This abuse, which was first introduced into the church about the third century, by the superstition of the people, afterwards gained ground through the ignorance of some of the clergy, who permitted prayers to be read in the churches for this very purpose. It was therefore found necessary to ordain in the Council of Vannes, held A.D. 465, '' That whoever of the clergy or laity should be detected in the practice of this art should be cast out of the communion of the church." In 506, the Council of Agde renewed the decree ; and in 578, the Council of Auxerre, amongst other kinds of divination, forbade the Lots of the Saints, as they were called, adding, '' Let all things be done in the name of the Lord ;" but these ordinances did not effectually suppress them, for we find them again noticed and condemned in a capitulary or edict of Charlemagne, in 793. Indeed, all endeavors to banish them from the Christian church appear to have been in vain for ages...
C. W. Cooke
jueves, 28 de enero de 2010
Verín, 1602
Verín, 1602
Sólo a inquisidores como Pedro de Gamarra pudiera ocurrírseles, por ambición desmedida, que se tomaría en todo caso por excesivo celo religioso, procesar a locos o imbéciles como Bartolomé de Castro, pero el cual poseía, como casi todas las víctimas del Santo Oficio, algo “que confiscar” y que convenía a los delatantes o a sus instigadores.
Era Castro, vecino de Verín, y en esta villa fue denunciado “de oidas”, de que “había puesto una ristra y cabo de cebollas al cuello de un santo de piedra que estaba en un camino y que le había dicho:
- Santo, camina con esas cebollas.
Y como no hubiese visto caminar al santo le había tirado de pedradas”.
¡Bien juzgada está la Santa Inquisición con semejantes informes y bien juzgada la cultura de una monarquía que, por desdicha, mantenía sobre los pueblos aniquilados tales tribunales de justicia!
“No pudo comprobarse el hecho”, dice la información de Pedro de Gamarra.
Bernardo Barreiro
sábado, 23 de enero de 2010
Revividos
El bienaventurado San Gregorio, en el cuarto libro de sus Diálogos, capítulo treinta y seis, refiere algunas personas que, aviendo muerto y tornando a vivir, davan cuenta de la remuneración y premio, y también del castigo y pena que reciben las almas de los que mueren, conforme a sus méritos o deméritos. Y dize que tiene Dios dos fines en esto: uno es que, sabiéndolo, algunos vengan a enmendarse y se hagan mejores; y otro, que no haziéndose mejores ni enmendándose, sea mayor su infierno. Refiere pues a un Pedro Monge, que viviendo vida de seglar vino a morir de su enfermedad, volvió a la vida, y afirmava aver visto los tormentos que se dan a las almas en el Infierno de fuego, donde conoció a algunos hombres que en el mundo fueron poderosos, y que, estando a punto de ser lançado en la llama, llegó un ángel y le detendió, diziendo:
-Buelve al mundo, y mira cómo vives en adelante.
Esto todo contava Pedro, cuya vida fue después de tanto ayuno, vigilias y asperezas, que era prueva de aver visto el Infierno, Y, cuando su lengua no lo dixera, sus obras lo dezían y manifestavan. Cuenta assí mismo de otro Estéfano, vezino de Constantinopla, que murió, y siendo buscado el ungüentario para embalsamarle y no hallándose, quedó la noche sin ser enterrado. En este tiempo su alma era llevada al Infierno, y sin entrar en él, vido cosas que oyéndolas antes en el Mundo le parecían imposibles. Dixo que avía sido presentado a un juez, aunque no le quiso admitir, diziendo:
-Yo no mandé que fuesse este Estéfano traído, sino otro, herrero. Tenía éste su casa cercana del que murió, resucitó el muerto y, al mismo punto, fue el otro muerto. Y su muerte dio testimonio de ser verdad lo que contava el primero. Dize más el mismo San Gregorio, que en una pestilencia que sucedió en su tiempo en Roma, en la cual se vieron caer saetas del Cielo, y a los que herían morían, fue herido y muerto un soldado, y después bolvió a tener vida, y contava lo que le avía sucedido. Dezía que vido una puente, y debaxo della un río negro y caliginoso. Salía dél un olor pestilencial, con una niebla espessa y muy penosa. De la otra parte del río parecían unos prados amenos y deleitables cubiertos de hiervas y flores, en los cuales andavan compañías de hombres vestidos de blanco.
Avía en aquel apazible lugar un olor suavíssimo y fragancia celestial, que tenía contentíssimos a los que en él estavan. Avía mansiones y casas labradas maravillosamente y que resplandecían como el Sol. Era ley que los pecadores y viciosos que passavan por la puente caían en el río, y los justos y siervos de Dios passavan con facilidad. Dentro, en el río, dezía el soldado que vido a un Pedro, de estado alto eclesiástico, aprisionado con hierro. Y preguntando la causa por que estava allí, le fue respondido, dize San Gregorio, un pecado que los que le conocimos vimos en él, y era que castigava delincuentes más con zelo de vengança y crueldad que de aprovechamiento.
Dixo que vido passar por la puente a un clérigo peregrino, y que passó con tanta facilidad como fue la humildad en que vivió. Dixo más, que vido al mismo Estéfano herrero, de que se ha hecho mención, vezino de Constantinopla, que iva a passar la puente y estando en ella resvalósele un pie y quedó el medio cuerpo fuera de la puente. Salieron unos etíopes feíssimos del río y assieron de sus pies para derribarle en aquella profundidad. Mas llegaron de improviso algunos abades y religiosos, con otros varones hermosíssimos, que le assieron de los braços y procuravan subirle en la puente y librarle, y estando en esta porfía, que tiravan dél los malos para derribarle en el río, y los buenos para levantarle en alto y defenderle, el soldado, que lo mirava y lo refería, fue buelto a la vida y no pudo ver el fin y remate desta porfía.
San Gregorio dize que por la vida que vivió Estéfano se dava a entender que contendían el aver sido carnal y limosnero: era amigo de dar limosna, y no resistía los vicios de la carne. Lo que sucedió en aquella peligrosa contienda no se sabe. Lo dicho es de San Gregorio, en el lugar alegado. Y añade en el capítulo treinta y ocho, de un Teodoro, monge en su propio monasterio, que le llevó a ser religioso más la necessidad y pobreza que la voluntad y gana de servir a Dios. Y assí, no sólo exercitarse en buenas obras y de religión le era enfadoso, mas el hablar dello le era penoso.
Cayó enfermo, y estando cercano a la muerte, y los monges presentes para ayudarle en aquel punto, él, de repente, començó a darles bozes que se apartassen y guardassen, que venía un terrible dragón a tragarle. Y mostrando desesperación, les dezía que le diessen lugar a que le tragasse y hiziesse lo que avía de hazer. Los monges le animavan, y que se signasse con la Señal de la Cruz, y respondía que el dragón estava ya tan asido dél que no le dava lugar. Oído de los monges, prostráronse en tierra, y con lágrimas hazían por él oración. Y con esto, cobrando aliento el enfermo, dixo:
-Gracias se den a Dios, que ya el dragón que me quería tragar por medio de vuestras oraciones ha huido, y se fue. Rogad por mí a Dios, que determinado estoy de mudar la vida y ser otro.
Esto dixo, y lo cumplió, y murió después santamente. Prosigue adelante San Gregorio, y dize de un Crisorio tan lleno de vicios como de riquezas. Era sobervio, hinchado, carnal y codicioso. Cayó enfermo y estando para morir vido unos hombres negros que venían a llevar al Infierno su alma. Recibió temor y miedo grandíssimo. Sudava y trassudava. Llamó a un hijo suyo, que se dezía Máximo, que fue monge siéndolo San Gregorio. Pedíale que le faboreciesse y le fiasse, pidiendo tiempo para enmendar su vida. Máximo derramava lágrimas sin saber qué partido tomar. Llamó la familia, y nadie veía lo que el enfermo, aunque en los visajes que hazía entendían que estavan allí demonios. Bolvíase de una parte y allí estava; bolvíase de la otra y mirava a la pared, y en ella los hallava.
Viéndose apretado, dava bozes pidiendo tiempo de penitencia sólo hasta el día siguiente, y en estas bozes dio la alma. Dize San Gregorio que, pues el tiempo que pedía no le fue concedido, que es indicio de que se condenó, y lo que vido y dixo, que no fue para provecho suyo, sino para documento nuestro. Passa adelante con su narración el Doctor santo, y dize que en | Iconio de Isauria avía un monasterio, llamado Tongolaton, en el cual vivía un monge bien acreditado y tenido por santo, aunque todo era aparencias, porque ayunava a vista del convento con grande aspereza y hartávase en su celda, y desta suerte era lo demás. Vino a morir, y los demás monges esperavan oír dél cosas de grande deleite y consolación para sus almas, y lo que le oyeron dezir fue descubrir sus hipocresías, en especial acerca de los ayunos aun de obligación.
-Creíades -dize- que yo ayunava, y ocultamente comía. Por lo cual quiere Dios que sea dado en poder de un dragón, el cual con su cola me tiene ligados mis pies, y su cabeça pone en mi boca para sacar mi desventurada alma, y que yo muera.
Y assí fue, que diziendo esto espiró. Concluye San Gregorio afirmando que fue orden del Cielo que esto se divulgasse para utilidad nuestra, pues para el monge no lo fue. No se le concedió lugar de penitencia, porque cuando le tuvo no se aprovechó dél.
lunes, 18 de enero de 2010
El baño de la cortesana
"Odacis llamó y entraron tres esclavas, que eran las que la ayudaban en el tocado de su señora: las tractatrices, encargadas del masaje de su cuerpo.
Sónnica se dejó manejar por las tres mujeres, que la frotaron con fuerza, estirando sus miembros para darles ligereza y soltura. Después se sentó en una silla de marfil, apoyando sus codos sonrosados en los delfines que formaban los brazos del asiento. En esta posición, erguida e inmóvil, esperó que las esclavas procediesen a su tocado.
Una, que era casi una niña, envuelta en una tela de anchas rayas, se arrodilló en el suelo sosteniendo un gran espejo de bronce cincelado, en el que pudo contemplarse Sónnica hasta más abajo del talle. Otra rebuscó en las mesas de mármol los objetos de tocador, alineándolos, y Odacis comenzó a alisar con peines de marfil la espléndida cabellera de su señora. Mientras tanto, la otra esclava se aproximaba con una pátera de bronce llena de pasta gris. Era la harina de habas usada por las elegantes de Atenas para conservar tersa y tirante la piel. Untó con ella las mejillas de la griega y después los salientes pechos, el vientre, los flancos y las rodillas, dejando casi todo su cuerpo envuelto en una capa grasienta y lustrosa. En los sitios donde crece el vello puso algo de dropax, pasta depilatoria compuesta de vinagre y tierra de Chipre.
Sónnica asistía impasible a estos preparativos de su toilette, que la afeaban momentáneamente, para hacerla renacer todos los días más hermosa.
Odacis seguía peinándola. Agarraba la espléndida cabellera, perdiéndose sus dos manos en aquella cascada brillante; la retorcía dulcemente, enroscándola a sus brazos como una enorme serpiente de oro; volvía a esparcirla, separándola mechón por mechón para que se secase, y tornaba amorosamente a alisarla con los peines de marfil apilados en una mesa inmediata, verdaderos prodigios de arte, con púas finísimas y su parte superior cincelada, representando escenas de los bosques, ninfas arrogantes persiguiendo ciervos y sátiros hediondos dando caza a las beldades desnudas.
La peinadora, después de secar la cabellera, procedió a teñirla. Valiéndose de una pequeña ánfora rematada por largo pico, la humedeció con una disolución de azafrán y goma de Arabia, y abriendo una arquilla llena de polvo de oro, fue espolvoreando la sedosa y enorme madeja, que tomó la brillantez de los rayos del sol. Después, enroscando los mechones de las sienes a un molde de hierro puesto en un braserillo, fue formando apretados rizos, que cubrieron la frente de la griega hasta cerca de los ojos; recogió la masa de cabellos sobre la nuca, sujetándolos con una cinta roja fuertemente entrelazada, y rizó el vértice del peinado, imitando el ondulante llamear de una antorcha.
Sónnica se levantó. Dos de las esclavas aproximaron una pesada ánfora de barro llena de leche, y con una esponja lavaron el cuerpo de su señora cerca de la piscina, limpiándola de la pasta de habas. La tersa blancura de su piel volvió a salir a luz más fresca y jugosa.
Odacis, teniendo en su diestra unas pinzas de plata, vigilaba el cuerpo de su señora con la atención y el ceño fruncido del artista que prepara una grande obra. Era la encargada de la depilación. Su mano ligera merecía elogios por la suavidad con que arrancaba el vello y perseguía obstinadamente por todos los contornos entrantes y salientes del cuerpo el más ligero musgo para hacerlo desaparecer. Sus pinzas arrancaron algunas briznas finísimas que empezaban a surgir bajo la dulce curva del vientre, allí donde la naturaleza tiende a cubrirse de oscura y aterciopelada vegetación. La costumbre griega destruía implacablemente el pelo oculto, queriendo imitar la tersa limpieza de las estatuas.
Volvió a sentarse Sónnica en la silla de marfil y comenzó el arreglo del rostro. En las inmediatas mesillas alineábase un verdadero ejército de frascos de vidrio, vasos de alabastro, botes de bronce y plata, cajitas de marfil y oro, como cincelado, brillante, cubierto de delicadas figurillas, adornado de piedras preciosas, conteniendo esencias egipcias y hebreas, aromas de Arabia, perfumes y afeites embriagadores traídos por las caravanas del interior del Asia a los puertos fenicios, trasladados de allí a Grecia o a Cartago, y comprados para Sónnica por los pilotos de sus barcos en las arriesgadas correrías comerciales.
Odacis le pintó el rostro de blanco. Después, mojando un pequeño estilete de madera en esencia de rosas, lo hundió en un bote de bronce adornado con guirnaldas de loto y lleno de un polvo negro. Era el kobol, que los mercaderes egipcios vendían a un precio fabuloso. La esclava aplicó la punta del estilete a los párpados de la griega, tiñéndolos de un negro intenso y trazando una fina línea en el vértice de los ojos, que dio a éstos más grandeza y dulzura.
El tocado llegaba a su fin. Las esclavas abrieron los innumerables frascos y vasos alineados sobre el mármol, y empezaron a esparcirse confundidos los costosos perfumes: el nardo de Sicilia, el incienso y la mirra de Judea, el áloe de la India, el comino de Grecia. Odacis cogió una pequeña ánfora de vidrio incrustada de oro, con un tapón cónico terminado por fina punta que servía para depositar sobre los ojos el antimonio que aviva la mirada. Después de terminar esta operación, ofreció a su señora las tres unturas para dar color a la piel en diferentes gradaciones: el minio, el carmín y el rojo egipcio sacado de los excrementos del cocodrilo.
Delicadamente, la esclava fue coloreando con fino pincel el cuerpo de su señora. Trazó una nubecilla de pálido arrebol en las mejillas y las diminutas orejas; marcó dos manchas como pétalos de rosa en los titilantes extremos de sus pechos; acarició con su pincel el botón de la vida, que se marcaba apenas en medio de la tersa suavidad del vientre, y poniéndose detrás de Sónnica, coloreó también sus codos y los hoyuelos que se marcaban más abajo del talle, en las protuberancias de sus nalgas redondas y armoniosas. Luego, con rojo egipcio, fue tiñéndole una por una las uñas de los pies y las manos, y otra esclava le calzó unas sandalias blancas con suela de papyrus y broches de oro. Caían los perfumes sobre ella, cada uno en distinta parte de su cuerpo, para que éste fuese como un ramo de flores en el que se confundían diferentes aromas."
V. Blasco Ibañez
martes, 12 de enero de 2010
History of Swearing
"Yielding and kindly as it may have been to them, men have not scrupled to cast
defiance and calumny upon this forbearing earth and to hurl hissing curses at its abundance and its pervading spirit of forgiveness. Not since the labour of men's
hands began have they ceased to furrow it with menace and sow it with imprecation, cursing while their very com ripens under midsummer skies, cursing as they gather in their store of wine and victual. What does it mean ? What can it mean ? Whence has it arisen, and whither does it tend? These are among the questions that have influenced the mind of the writer in considering the purview of his book.
The misfortune that is often experienced in handling any subject lying wide of the beaten track does not necessarily arise from the inherent viciousness of the
subject itself, but from the fact that a large number of people have previously arrived at painful impressions concerning it. It is therefore an obligation cast upon a writer to treat these preconceived notions with the utmost tenderness and respect. Personally one may hold the art of swearing in perfect indifference, being
neither among the number of swearers oneself nor having any very strong feeling of reprobation towards its more active adherents. But despite a certain inclination that we feel to apologise for what we hold to be the silliest of vices, we are forced to recollect that to many the offence will always appear in anything but a
trivial light. It is therefore obligatory upon us to abstain as far as possible from referring to expressions that are calculated to alarm. At the close of the last
century there existed a religious sect who were in favour of abandoning the use of clothing. Blake, the poet, was one of these enthusiasts, and his wife also.
The holders of this convenient doctrine were in the habit of presenting themselves in their households as naked as they were born. In so acting we may be sure they were only in keeping with their sober convictions, and that they were ready to maintain in argument the thorough soundness and consistency of their views. For aught we know to the contrary, this naked doctrine may of itself have been right, but the
misfortune which continued, and for the matter of that still continues, to be felt, was that by hi the larger portion of humanity retained a decided prejudice in
favour of apparel. So long as the disciple of the Adamite school was contented to denude himself in his own particular circle there may have been no positive
harm, but it would scarcely have been open to a member of that fraternity to have walked down Fleet Street like an ancient Briton. The thinker also who takes
upon himself to theorise in a manner apart from any considerable section of humanity, is no less bound to entertain a fitting respect for the notions, even to the mistaken notions, with which that section is animated. Whatever his own disposition towards an absolute freedom of expression, he is under the obligation of
attiring his ideas in the manner habituated to the tastes of his listeners.
Happily, however, there is possible a middle course. We need not grovel in the sinks and cellars, neither need we ruminate upon the house-tops. We can settle ourselves as it were, in that easy, neutral smoking-room of literature, where we can put off broadcloth for fustian ; and utter our heresies with still a chance left US of being forgiven. Here we may expect to meet only with that mature and seasoned criticism that holds the scale very evenly between the outspoken and the insolent. While by no means to be accounted friendly towards the vile excrescences of swearing, the
ordinary man of the world is not to be repelled by every street oath, or put to lasting confession by every passing word of unseemliness. To put it upon no higher ground than that of mere custom, it were too arrogant to assume abhorrence of a practice that is as trite and customary as the incidents of one's daily
rounds..."
J. Sharman
p. s. In 1991 Rev. Ian Gregory, secretary of The Polite Society, proposes that existing swear-words are banished and replaced with “nice words like 'breadstick' and 'cotton socks'”. A spokesman for The National Campaign for Real Swearing responds by saying “The good reverend can go and fuck himself!”.
http://www.laughingpoliceman.com/swear.htm
sábado, 9 de enero de 2010
Musico-félins
"Quand le roi d'Espagne, Philippe II, vint à Bruxelles en 1549, pour visiter son père l'Empereur Charles-Quint, on vit entre autres rejouissances, une procession dès plus singulières. En tête
marchait, un énorme taureau qui lançait du feu par ses cornes, entre lesquelles était assis un petit diable. Devant le taureau caracolait un jeune garçon cousu dans une peau d'ours et monté sur un cheval auquel on avait coupé la queue et les oreilles. Puis venait l'archahge saint Michel dans de brillants atours, et tenant une balance à la main.
Le plus curieux était un chariot qui renfermait la plus singulière musique qu'on puisse imaginer.; Il y avait là un ours qui jouait de l'orgue ; en guise de tuyaux, ,une vingtaine de boîtes assez
étroites renfermaient chacune un chat ; les queues sortaient et étaient , repliées aux touches du clavier par une fiçelle, si bien que quand on pressait l'une de ces touches, la queue correspondante se trouvait fortement tirée, et produisait chaque fois un miaulement lamentable. Lé chrohiqueur Juan Christoval Calvète, ajoute que les chats étaient rangés de façon à produire la succession des notes de la gamme... (chromatique, j'aime à croire).
Cet orchestre abominable était suivi d'un théâtre sur lequel dansaient au son de cette musique infernale des singes, des loups, des cerfs et d'autres animaux.
(...) Cette musique harmonieuse eut un succès si prodigieux qu'on en renouvela l'audition dans la suite, par exemple à Saint-Germain en 1753, à Prague en 1773.
On peut lire la relation de cette procession dans le livre sur les Représentations en musique du Père Ménestrier (1681), et dans les Denkwûrdigkeiten de Samuel Baur (1830, tome XI).
Ill. L'artiste a sans doute reproduit la scène musico-féline décrite par Krunitz dans son Encyclopédie, cet orchestre de chats si merveilleusement disposé selon le diapason des voix et qui fonctionnait d'une manière très-agréable."
Weckerlin
jueves, 7 de enero de 2010
Nymphomania Superstar
"Symptoms. In nymphomania the sexual desire is purely physical in character, and centered upon the local pleasurable excitement of the genitals. There is none of the higher feeling of love which is so characteristic of the erotomaniac.
The best and most careful rearing of girls suffering from nymphomania, says Reti, cannot save them from their downfall. In their wild passion, casting all moral and social considerations aside, they throw themselves into the arms of sin. The more they abandon themselves to the gratification of their lust, the greater is the desire of their morbidly irritated sexual centers for lecherous satisfaction.
Every indulgence increases the desire and lessens the capacity.
Trelat tells of a young girl, the daughter of a professor, who at the age of 15 would receive soldiers at night through her bedroom-window to satisfy her increased
desire.
Talmey cites the following case from Reti : The patient lived happily with her husband until after the birth of her first child. From that moment insatiable lust seized her. An irresistible craving suddenly took hold of her an indomitable lust to embrace a man. In her genitals she felt a morbid itching, an inexplicable excitement, a burning desire for sexual gratification. In the beginning her
husband tried to satisfy her until he discovered his impossibility to do this. She did not allow an hour of the day to pass without demanding gratification from her husband.
He was terrified to see her pressing her genitals to the edge of the table, to the door or any other hard object, in order to satisfy her sensual appetite. When she became worse from day to day her husband decided that she was ill and brought her to the hospital for examination. At the introduction of the speculum, at first a morbid contraction of the constrictor cunni muscle occurred. The touch of the carunculse myrtiformes provoked intense pain. After surmounting the obstacle, however, the pain ceased and a blissful rapture ensued. "Now! Now!" exclaimed the patient when the entire speculum was within the vagina. A convulsive movement seized her entire body, a thrill went through her, and she made all the movements of a passionate coition.
The nymphomaniac tries, by all sorts of coquetry and exposure of her genitals if necessary, to attract men to her for purposes of coitus. In many cases, the mere sight of a man is enough to throw her into the most intense sexual excitement. Wulffen gives the following instance from Merzbach: A Berlin lady, belonging to the highest society, grabbed, under cover of her napkin, at the dinner, the genital organs of her supper partner.
One of the prominent symptoms, especially in young girls, is the demand for gynecological examination, and especially for catheterization. Any excuse for examination is brought forward. The patients will voluntarily retain their urine in order to have to be catheterized. The mind of these patients is simply full of sexual ideas. The patient, if unmarried, will invent numberless diseases for the
purpose of being manipulated by the gynecologist. Krafft-Ebing rightly says that the milder cases of nymphomania claim our sympathy not less than those unfortunate women who by irresistible impulses are forced to sacrifice feminine honor and dignity, for they are fully conscious of their painful situation; they are a toy in the
grip of morbid imagination which revolves solely around sexual ideas and grasps even the most distant points in the sense of an aphrodisiac.
Many of these cases, in their despair, come begging for castration, in the hope of finding relief in this operation, and some have even attempted suicide.
(...) Lombroso cites several examples of this inordinate sexual desire as follows: One woman surrendered herself to her husband's laborers; another had for her lovers all the desperadoes of Texas; a third had intercourse with all the herdsmen of her village; a fourth, though her husband occupied a good social position, led the life of a prostitute; a fifth, a cultured and intelligent woman, entertained a common bricklayer, etc. He also gives the following examples: A hysterical girl visited a physician and said to him, "I am still a virgin ; take me." She submitted him to the utmost extremity of provocation, and asserted afterward that she had been violated. A rich young lady met a workingman in the street, offered herself to him, was
accepted, and when she returned home related the affair with laughter. White and Martin 134 mention the case of a mother of five children who, in despair about her inordinate sexual desire, attempted suicide, and then sought an asylum. There her condition improved but she never trusted herself to leave it.
(...)
Diagnosis. The diagnosis is made from a careful consideration of the entire history. We must remember that simple increase of sexual desire does not constitute nymphomania, and that the dividing line between normal and pathological sexual desire is not easily defined. Whenever a single girl seeks or enjoys gynecological examination, or, without evident cause, desires catheterization, we must suspect nymphomania.
Course and Prognosis. The course of the disease is generally from bad to worse, and the prognosis is generally very bad. Many of these cases end up as prostitutes, and
quite a few become insane.
Treatment. The treatment is very unsatisfactory, as in the vast majority of cases nothing can be done for them. According to Forel, Moll, von Schrenck-Notzing, and Fuchs, hypnotism has cured mild cases, but has been found absolutely powerless in the severe forms of the disease. Forel especially warns against the method of treatment by marrying a nymphomaniac with a man who is the victim of satyriasis. This has been tried, with the result that the children inherited the sum total of the degenerate qualities of the parents. Rohleder states that Frankel has been trying Roentgen treatment of the ovaries, with the idea of not only causing sterility but also a diminution of the libido, but he does not know if any good has resulted therefrom. The best that can be done for these unfortunates is to put them into an asylum where they can be of no harm either to themselves or to society in general..."
Max Huhner
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