miércoles, 8 de agosto de 2012
Sobre el modo de sonarse
VI. SOBRE EL MODO DE SONARSE
PARTE I: TEXTOS
A
Siglo xiii
Selección de De le zinquanta cortexie da tavola (De las cincuenta cortesías de la mesa), de Bonvesin de la Riva (Bonvexino da Riva).
a) Preceptos para señores.
La desetena apresso si é: quando tu stranude,
Over ch el te prende la tosse, guarda con tu lávori
In oltra parte te volze, ed é cortexia inpensa,
Azó che dra sariva no zesse sor la mensa.*
b) Preceptos para pajes o sirvientes.
Pox la trentena é questa: zasehun córtese donzello
Che se vore monda lo naxo, con li drapi se faza bello;
Chi mangia, over chi menestra, no de sofiá con le die;
Con li drapi da pey se monda vostra cortexia.**
El pasaje b) no es muy claro. Es evidente que se dirije a personas que servían la mesa. Un comentarista, Uguccione Pasano, dice: «Donnizelli et Domicellae dicuntur quando pulchri juvenes magnatum sunt sicut servientes...-». Estos donceles no tenían permiso para sentarse a la misma mesa que los caballeros y, cuando les estaba permitido, tenían que sentarse en una silla más baja. Con especial referencia a ellos y, en general, a todos los socialmente inferiores se decía la 31 cortesía es ésta: todo doncel cortés que quiere sonarse la nariz tiene que hacerse con un pañuelo y cuando come o cuando sirve no tiene por qué sonarse con los dedos. Es mucho más cortés servirse para esto de las polainas.
* La décimo séptima es la siguiente: cuando estornudes / o cuando vayas a toser, ten
cuidado, / vuélvete a otra parte, en la cortesía piensa / para que no caiga saliva en la mesa.
** Luego, la trigésima es: todo doncel cortés / que quiere limpiarse la nariz lo haga con la servilleta; / el que come o sirve a la mesa no debe sonarse con los dedos, / con los trapos de limpiarse los zapatos mostráis vuestra cortesía.
B
¿Siglo xv?
Selección de Aus ein spruch der ze tische kêrt.
323 Swer in daz tischlach sniuzet sich,
daz stât niht wol, sicherlich.*
Selección de S'ensuivent les contenances de la table.
XXXIII
Enfant se ton nez est morveux, Niño, si tienes mocos en la nariz
Ne le torche de la main nue, no te limpies con la mano
De quoy ta viande est tenue. con la cual coges la carne
Le fait est vilain et honteux sería vulgar y vergonzoso.
Según la nota del editor del Babees Book (tomo 2, p. 14) la cortesía consistía en sonarse con los dedos de la mano izquierda, mientras se comía con la derecha y se cogía la carne de la fuente común.
Selección de Moeurs intimes du passé, Primera serie, París, 1910, p. 101
Aug. Cabanés.
En el siglo xv todavía la gente se sonaba con los dedos y los escultores no han vacilado en reproducir este gesto bastante realista, en sus monumentos.
Entre los caballeros que hay en la tumba de Felipe «el Astuto», en Dijon, es decir, entre los «plañideros» puede verse a uno que se suena en su manto y a otro que se suena con los dedos.
Siglo XVI F
1530
Selección de De Civilitate Morum Puerilium, de Erasmo de Rotterdam,
(Capítulo I).
Pileo aut veste emungi, rusticanum, bracchio cubitove, salsamentariorium, nec multo civilius id manu fieri, si mox pituitam vesti illinas. Strophiolis excipere narium recrementa, decorum; idque pauliser averso corpore, si qui adsint honoratiores.
Si quid in solum dejectum est emuncto duobus digitis naso, mox pede
prote-rendum est.
* Quien se suena en el mantel, sin duda no hace bien.
Selección de los escolia a estos textos:
Inter mucum et pituitam parum differentiae est, nisi quod mucum crassiores, pituitam fluidas magis sordes interpretantur. Strophium et strophiolum, sudarium et sudariolum, linteum et linteolum confundunt passim Latini scriptores.*
G
1558
Selección del Galateo, de Giovanni della Casa, Arzobispo de Benevento.
Citado de la edición pentalingüe, Ginebra, 1609.
P. 72: No debes ofrecer tu pañuelo a nadie, a no ser que esté recién lavado (non offerirai il suo moccichino... ).
P. 44: Tampoco está nada bien que, una vez que te has sonado la nariz, despliegues de nuevo el pañuelo y mires en su interior, como si te hubieran caído perlas y rubíes de la cabeza.
P. 618... ¿Y qué tendré que decir de aquellos que llevan en la boca su pañuelo?
H
Selección de Moeurs intimes du passé, Primera serie, París, 1910 Aug. Cabanés.
a) Prestigio del pañuelo (al igual que el tenedor, la silla retrete, etc., el pañuelo era, en sus principios, un instrumento de lujo sumamente costoso).
P. 103: Les Arrêts d'Amour de Martial d'Auvergne:
... con el fin de que ella le recordara, pensó hacerle uno de los pañuelos más ricos y bellos, en el que se viera su nombre en letras bordadas, del modo más elegante del mundo, pues iba prendido a un bello corazón de oro con franjas de pequeños pensamientos.
(La costumbre mandaba que la Dama llevara este pañuelo prendido en el
cinturón, al lado de las llaves.)
* Sonarse en el gorro o en la chaqueta es cosa de rústicos; hacerlo en el brazo o en el codo, es cosa de pescadores. No es más educado sonarse con la mano si el moco cae en la chaqueta. Hay que recoger la suciedad de la nariz con un pañuelo, como manda el decoro, al tiempo que se vuelve uno, especialmente si hay superiores.
Si, al sonarse con los dedos, cayera algo al suelo, hay que pisarlo de inmediato.
Los escolios:
Entre la mucosidad y el moco apenas hay diferencia, a no ser porque la primera es más
espesa y el segundo más líquido.
b) P. 168: en 1594, Enrique IV preguntaba a su ayuda de cámara cuántas camisas tenía y éste respondía: una docena, Señor, y además hay algunas rotas.¿Y pañuelos? Tengo ocho ¿verdad? Ya no quedan más que cinco, respondió el criado (Journal d'Henri IV, de Lestoil). En 1599, al hacer el inventario de las propiedades de la amante de
Enrique IV, tras de su muerte, se encontraron «cinco pañuelos bordados en oro, plata y seda; poned cien escudos».
c)P. 102: En el siglo XVI, dice Monteil, en Francia, como en todas partes, el pueblo bajo se sonaba sin pañuelo, pero, entre la burguesía la educación manda que se haga en la manga. En cuanto a la gente rica, llevaba un pañuelo en el bolsillo. Así, cuando quiere decirse de una persona que tiene fortuna,se dice que no se suena con la manga.
Fines del siglo XVII
El colmo del refinamiento. Primer punto culminante de la transformación y de las prohibiciones
I
1672
Selección del Nouveau Traite de Civilité, de Antoine de Courtin.
P. 134 (relativo a la mesa): Sonarse a pañuelo descubierto, sin cubrirse con la servilleta, secarse el sudor del rostro... son porquerías que repugnan a cualquiera.
No hay que bostezar, sonarse o escupir. Si, a pesar de todo, tiene uno que hacerlo en lugares que están limpios, es preciso utilizar el pañuelo, cubriéndose con la mano izquierda y no mirar después de nuevo en el pañuelo.
J
1694
Selección del Dictionnaire étymologique de la langue française, de Ménage.
Pañuelo para sonarse.
Como esta palabra de sonarse (moucher) produce mala impresión, las señoras debieran llamar a este pañuelo más bien pañuelo de bolsillo, al igual que se dice pañuelo para el cuello, y no pañuelo para sonarse.
(Mouchoir de poche, pañuelo de bolsillo como expresión más decente; se reprime la palabra para funciones corporales que se han convertido (en algo desagradable).
Siglo xviii
K
1714
De una Civilité francaise anónima (Lieja, 1714).
Distancia creciente entre los adultos y los niños. Únicamente los niños pueden comportarse como los adultos durante la Edad Media, al menos entre las clases medias.
P. 41: Guardaos bien de sonaros con los dedos o con la manga, como los niños; antes bien, servios de vuestro pañuelo y no miréis en él tras haberos sonado.
L
1729
Les Regles de la Bienséance et de la Civilité Chretienne, de De La Salle
(Rouen, 1729).
De la nariz y del modo de sonarse y de estornudar (p. 23).
Resulta indecente estar hurgándose incesantemente la nariz con el dedo y todavía es mas insoportable llevarse enseguida a la boca lo que se ha sacado de ella...
Es una cosa sucia sonarse en la mano, en la manga o en el vestido. Muy contrario a la decencia es sonarse con dos dedos, tirar la suciedad al suelo y secarse luego los dedos en el vestido. Resulta muy feo ver tales suciedades en los vestidos, que deben estar siempre muy limpios, por pobres que sean.
Hay algunos que se tapan una ventana de la nariz y, soplando con la otra, lanzan al suelo la suciedad que hay en ella; quienes esto hacen no tienen noción de lo que es la decencia.
Para sonarse hay que servirse siempre del pañuelo y nunca de otra cosa y, al hacerlo, hay que cubrirse el rostro con el sombrero. (Ejemplo especialmente claro de la difusión de los hábitos cortesanos merced a esta obra.)
Al sonarse, hay que evitar hacer ruido con la nariz... Antes de sonarse es
una indecencia tardar mucho en sacar el pañuelo: constituye una falta de respeto en relación con las personas con las que se está, pasarse luego un rato desplegando el pañuelo para ver en qué lugar va a sonarse uno. Es preciso sacar con rapidez el pañuelo del bolsillo y sonarse con prontitud, de forma que los otros apenas se den cuenta de lo que ha pasado.
Una vez que uno se ha sonado hay que guardarse mucho de mirar en el pañuelo; lo apropiado es doblarlo de inmediato y volver a meterlo en el bolsillo.
M
1774
Selección de Les Regles de la Bienséance et de la Civilité Chretienne, de De La Salle (Ed. de 1774, pp. 14 ss.)
El capítulo ya sólo se llama: «De la nariz». Y, además, está resumido:
Todo manejo voluntario de la nariz, bien con la mano, bien con otra cosa, es indecente y pueril. Llevarse los dedos a la nariz es una suciedad repugnante y si se la toca muy a menudo, se forman en ella molestias que después duran mucho tiempo.
(Esta justificación, que falta en la edición anterior, muestra claramente cómo en esta época comienza a aparecer lentamente la referencia a los perjuicios para la salud como instrumento de condicionamiento, muy a menudo en lugar de la referencia al respeto que se debe a los de rango social superior.) Los niños suelen incurrir en este defecto; los padres deben corregirles con cuidado.
Al sonarse es necesario observar todas las reglas de la honestidad y de la limpieza.
(Se evitan todos los detalles. El «anatema del silencio» se extiende y se da por supuesto que los adultos conocen todos estos detalles —lo cual no podía darse por supuesto en la época de la primera edición— y que se regulan en la intimidad de la familia.)
N
1797
Le voyageur de París, de De la Mésangére, 1797, tomo II, p. 95. (Pensado para la juventud de la «buena sociedad» con más claridad que los textos anteriores citados del siglo xviii).
Hace algunos años sonarse la nariz se había convertido en un verdadero arte. Uno imitaba el sonido de la trompeta, otro el maullido del gato; la perfección consistía en no hacer demasiado ruido ni muy poco.
PARTE II
OBSERVACIONES ACERCA DE LOS TEXTOS SOBRE EL MODO DE SONARSE
1. En la sociedad medieval la gente se sonaba con las manos, y también comía con las manos, lo cual hacía que fueran necesarios los preceptos acerca del modo de sonarse la nariz en la mesa. La cortesía ordenaba que uno se sonara con la izquierda cuando cogía la carne con la derecha. No obstante, éste era un precepto que, de hecho, se limitaba al comportamiento en la mesa y su única justificación era la de la consideración que es preciso tener con los demás. El sentimiento de desagrado que hoy evoca el mero pensamiento de que uno pueda ensuciarse los dedos de este modo, faltaba entonces por completo.
Los textos vuelven a mostrarnos de modo muy claro con qué lentitud han ido desarrollándose los instrumentos de la civilización que aparentemente eran más simples. Muestran, asimismo, hasta un cierto punto, los presupuestos sociales y psíquicos especiales que fueron necesarios para generalizar la necesidad de un instrumento tan simple como el pañuelo, así como su uso.
Al igual que en el caso del tenedor, la utilización del pañuelo se impuso primeramente en Italia y luego se difundió acompañado de su prestigio. Las mujeres se colgaban del cinturón unos pañuelos lujosos y ricamente bordados. Los jóvenes anobs del Renacimiento se lo ofrecían unos a otros o los llevaban en la boca. Y, como al principio eran relativamente lujosos y muy caros, había pocos, incluso entre la clase alta. Como hemos visto (texto H, b), a fines del siglo xvi, Enrique IV tenía cinco pañuelos de bolsillo. En general se considera que es un signo de riqueza el no sonarse en la mano o en la manga y hacerlo en cambio en un pañuelo de bolsillo
(ejemplo H, c). Únicamente Luis XIV tiene una rica colección de pañuelos de bolsillo y, en su reinado, se generalizó el uso del pañuelo, al menos entre la sociedad cortesana.
2. En este caso, como en las demás circunstancias encontramos en Erasmo dibujada con toda claridad la situación de transición. En realidad, dice, es más educado utilizar un pañuelo de bolsillo; y cuando está uno en presencia de gente de rango superior, conviene apartarse un poco para sonarse.
Pero también dice, al mismo tiempo: si te suenas con dos dedos y cae algo al suelo, písalo. Ya se conoce la utilidad del pañuelo, pero éste está poco extendido, incluso entre la clase alta, para la que, en lo esencial, escribe Erasmo.
Dos siglos después se muestra casi la situación inversa. El uso del pañuelo se ha generalizado, al menos entre la gente que pasa por «bien educada ». Pero la costumbre de sonarse con las manos aún no ha desaparecido del todo. Desde el punto de vista de la clase alta se ha convertido en una «mala costumbre» o, en todo caso, en algo ordinario o vulgar. Uno lee con verdadero regocijo la gradación que introduce La Salle entre «vulgar» para ciertos tipos muy groseros de sonarse la nariz con la mano y «muy contrario a la decencia» para la forma algo mejor de sonarse con dos dedos (textos I, K, L, M).
Una vez que se ha impuesto el uso del pañuelo aparece con frecuencia otra prohibición ligada a un nuevo «mal hábito»: la prohibición de mirar en el pañuelo una vez que uno se ha sonado (textos G, I, K, L, M). Casi parecería como si ciertas inclinaciones, que comienzan a someterse a regulación y a represión con el uso del pañuelo, escontraran una nueva vía de salida de esta forma. En todo caso, aparecen aquí de nuevo impulsos que muestran interés en las secreciones corporales; impulsos que antaño eran más claros y más transparentes y que hoy se manifiestan, en el mejor de los casos, en el subconsciente, en los sueños, en la esfera de lo secreto y, caso de ser consciente, «entre bastidores» y, desde luego, solamente resulta visible en
condiciones de «normalidad», entre los niños.
Al igual que sucede en otros casos, en la edición posterior de La Salle, desaparecen la mayor parte de los preceptos más minuciosos de la anterior. La utilización del pañuelo para sonarse la nariz se ha hecho más general y más natural y ya no es necesario, por tanto, ser tan minucioso. Por lo demás, los autores cada vez se abstienen más de examinar todos estos detalles que La Salle trataba con toda naturalidad y con toda sencillez. Se acentúa en cambio, el precepto que trata de reprimir la mala costumbre de los niños de hurgarse la nariz. Y, al igual que sucede con las otras costumbres infantiles, también aquí, junto a las justificaciones sociales, o en lugar de ellas, encontramos un aviso relativo a la salud como medio del condicionamiento, esto es, la referencia al perjuicio que uno se causa cuando se hace «esto» con frecuencia. Esta es una manifestación más de un cambio en el tipo de condicionamiento que ya se ha considerado desde un punto de vista distinto. Hasta esta época las costumbres se enjuician, casi siempre, en función de su relación con los demás y se prohiben cuando resultan desagradables y penosas a los otros o cuando delatan una «falta de respeto»; al menos, tal es el procedimiento entre la clase alta. En la época posterior, las costumbres se condenan por sí mismas y no solamente por la relación del que las practica con los demás. De esta manera se reprimen más radicalmente los impulsos e inclinaciones socialmente indeseables; éstos aparecen conectados con sentimientos de desagrado, de miedo, de vergüenza y de culpabilidad,
que operan incluso cuando el individuo está solo. Mucho de lo que nosotros llamamos «moral» o «razones morales» como medio de condicionamiento de los niños en una cierta pauta social, tiene la misma función que la «higiene » y las «razones higiénicas»: la modelación de los individuos por estos mecanismos trata de convertir el comportamiento socialmente deseado en un automatismo, en una autocoacción, para hacerlo aparecer como un comportamiento deseado en la conciencia del individuo, como algo que tiene su origen en un impulso propio, en pro de su propia salud o de su dignidad humana.
Esta forma de consolidar costumbres, este tipo de condicionamientos, se hace dominante al acceder al poder las clases medias burguesas. Gracias a él los conflictos entre los impulsos y las inclinaciones socialmente inaceptables,
de un lado, y las exigencias sociales ancladas en el individuo, del otro, adquieren aquella configuración específica que constituye el centro de atención de las teorías psíquicas de la época contemporánea, especialmente del psicoanálisis. Es muy posible que siempre haya habido «neurosis»; pero eso que nosotros vemos en torno nuestro y llamamos «neurosis», es una forma concreta e histórica del conflicto psíquico, que requiere algún tipo de explicación psicogenética y sociogenética.
3. Ya en los dos versos citados de Bonvicino da Riva (texto A) encontramos una referencia a los mecanismos de la represión. La diferencia entre lo que se espera de los caballeros y de los señores y lo que se exige a los Donizelli, a los pajes o servidores, hace pensar en un fenómeno social del que se encuentran muchos ejemplos: a los señores les resulta desagradable la contemplación de las funciones corporales de la servidumbre y exigen de la que tienen más próxima un dominio y una represión que ellos no están dispuestos a aceptar para sí. En el verso que se refiere a los señores se dice simplemente: cuando te suenes, vuélvete, para que no caiga nada en la mesa.
No se hace mención del uso de un pañuelo. ¿Habremos de creer que el uso de pañuelos en esta sociedad es algo tan evidente que ya no se considera necesario mencionarlos en los escritos sobre buenos modales? Esto es muy improbable. A los sirvientes, en cambio, se les exige expresamente que si tienen que sonarse, no usen los dedos, sino un pañuelo. La interpretación de estos versos no pueda darse por enteramente asegurada, pero, desde luego, es posible encontrar pruebas suficientes de que, en general, suelen considerarse como desagradables e irrespetuosas entre los aocialmente inferiores necesidades corporales de las que, en cambio, nadie se avergüenza entre las personas de rango superior. Este hecho adquiere un significado especial cuando, con la transformación de la sociedad en el sentido del absolutismo, esto es, en las cortes absolutistas, la clase alta, la aristocracia en su conjunto, guardando su jerarquía, pasa a ser una clase servidora y socialmente dependiente. Más adelante volveremos a hablar de este fenómeno aparentemente paradójico de una clase alta muy dependiente.
Aquí bastará con que recordemos que la dependencia y la estructura social son de una importancia decisiva para la estructura y el esquema de las restricciones emotivas. Los textos contienen muchas referencias al hecho de que, al aumentar la dependencia social de la clase alta, también se fortalecen las represiones. No es casual el hecho de que la primera «culminación del refinamiento» o de la «delicadeza» en la forma de sonarse —y no sólo en cuanto a la forma de sonarse— se dé en aquella fase en la que la dependencia y la subordinación de la clase alta aristocrática son más
pronunciadas, esto es, en el período de Luis XIV (textos I y J).
Este hecho de la clase alta dependiente explica, al mismo tiempo, la doble faceta que las formas de comportamiento y los instrumentos de la civilización tienen, al menos en la fase de su ascenso: son instrumentos y formas de comportamiento que expresan una cierta coacción y exigen la renuncia, pero, al mismo tiempo, tienen también el sentido de un arma social contra los inferiores sociales, es decir, el sentido de un medio de diferenciación. El pañuelo, el tenedor, los platos y todos los objetos emparentados con éstos comienzan siendo de lujo, dotados de un cierto prestigio social (texto H).
La dependencia social bajo la que vive la siguiente clase alta, la burguesía, es, sin duda, de distinto tipo a la de la aristocracia cortesana pero, al mismo tiempo, es más intensa y más coactiva.
Hoy día apenas si somos conscientes del carácter peculiar y asombroso que supone una clase alta «trabajadora». ¿Por qué trabaja? ¿Por qué se somete a esta coacción, aunque, como se dice a veces, es una clase que «domina» y, por lo tanto, ningún superior se lo ordena? Esta cuestión requiere un examen mucho más minucioso del que puede hacerse en este contexto. Es suficientemente claro el paralelismo con lo que,
más arriba, se dijo sobre el cambio de los instrumentos y formas de condicionamiento.
En la fase cortesano-aristocrática, se justificaba la represión que se imponía a las inclinaciones y a las emociones con la consideración y el respeto que se debe a los demás, especialmente a los que son de rango superior. En la fase siguiente, la renuncia a la satisfacción de los impulsos,la regulación y la represión de estos, tiene menos que ver con las personas; para decirlo de modo provisional y algo indiferenciado, lo que obliga a la represión y a la regulación de las emociones y de los impulsos son las coacciones (mucho menos visibles y más impersonales) del entramado social, de la división del trabajo del mercado y de la competencia. Estas son las que corresponden al tipo de justificación y condicionamiento mencionado más
arriba que implica una «modelación», que pretende presentar el comportamiento socialmente impuesto como si fuera un comportamiento deseado...
NORBERT ELIAS
El proceso de la civilización
Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas
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