viernes, 24 de junio de 2011
Solsticios Sangrientos
“En las costumbres populares de Europa relacionadas con los festivales ígnicos hay ciertos rasgos que parecen señalar la práctica anterior de sacrificios humanos. Hemos hallado razones para creer que en Europa, frecuentemente, han actuado personas vivas como representantes del espíritu arbóreo y del espíritu del grano y han sufrido muerte violenta en cuanto tales. Ño hay razón, por lo tanto, para que no fueran quemadas si su muerte suponía ciertas ventajas obtenidas matándolas de esa suerte. La consideración del sufrimiento humano no -entra en los cálculos del hombre primitivo. Ahora bien, en los festivales ígnicos que nos ocupan la simulación de quemar personas se lleva tan lejos en ocasiones, que parece razonable considerarla como una supervivencia mitigada de la vieja costumbre de quemarla realmente. Así, recordaremos que en Aquisgran el hombre revestido de forraje de guisante actúa tan diestramente que la
chiquillería cree que ha sido quemado de verdad. En Jumiéges, Nor el título de Lobo Verde, era perseguido por sus compañeros, y cuando al fin le aprisionaban, fingían echarle a la hoguera del solsticio estival.
De igual modo, en los fuegos de Beltane, en Escocia, la supuesta víctima era capturada y simulaban arrojarla entre las llamas; por algún tiempo después afectaban hablar de ella como si hubiese muerto. También en las hogueras de la víspera de Todos los Santos, en el nordeste de Escocia, podemos descubrir quizá una intención parecida en la costumbre de que un muchacho se tumbe todo lo más cerca que permitan las llamas, dejando que salten sobre él los demás muchachos. El rey titular de Aix, que remaba por un año y bailaba la primera danza alrededor de la hoguera solsticial de verano, quizá en antiguos tiempos pudo haber desempeñado el deber menos agradable de servir de combustible
al fuego que en tiempos posteriores sólo encendía. Mannhardt está probablemente en lo cierto al reconocer en las siguientes costumbres rastros de la antigua de quemar a un representante del espíritu de la vegetación, revestido de hojarasca. En Wolfeck, Austria, el día del solsticio de verano, un muchacho completamente cubierto de ramaje verde de abeto va de casa en casa acompañado de ruidosa cuadrilla, recogiendo leña para la hoguera. Cuando la consigue, canta:
Árboles del bosque quiero;
no quiero leche agria,
sino cerveza y vino,
para que el hombre del bosque
esté alegre y divertido.
En algunas partes de Baviera también van los jóvenes por las casas recogiendo combustible para la hoguera del solsticio estival, envuelto uno de ellos de cabeza a pies con ramas verdes de abeto y conducido
por toda la aldea sujeto por una cuerda. En Moosheim, Wurtemberg, el festival de la hoguera de San Juan solía durar catorce días y terminaba el segundo domingo después del solsticio de verano. En este último
día, la hoguera quedaba a cargo de los niños, mientras los adultos se marchaban al bosque, donde revestían de ramas y hojarasca a un mozo que, así disfrazado, llegaba a la hoguera, la desparramaba y pisoteaba,
apagándola. Toda la gente huía al ver aquello.
Todavía creemos que es posible ir más allá. Las huellas más inequívocas de sacrificios humanos ofrendados en estas ocasiones, como hemos visto, son aquellas que hace unos cien años todavía se advertían en los fuegos de Beltane en las serranías escocesas, o sea entre gentes célticas, que, situadas en un remoto rincón de Europa y en su mayor parte aisladas completamente de influencias extranjeras, conservaban todavía su antiguo paganismo mucho mejor quizá que cualquier otro pueblo del occidente de Europa. Es importante, por consiguiente, que se conozca por pruebas irrecusables que los celtas efectuaron sistemáticamente los sacrificios humanos por el fuego. La descripción más antigua de estos sacrificios nos la trasmite Julio César. Como conquistador de los hasta entonces independientes celtas de la Galia, César tuvo amplia oportunidad de observar la religión nacional celta y sus ritos, cuando todavía era terso y brillante el cuño nativo y no se había fundido en el crisol de la civilización romana. En sus notas personales, César parece haber incorporado las observaciones de un explorador griego, de nombre Posidomos, que viajó por la Galia unos cincuenta años antes de que César condujera las armas romanas al Canal de la Mancha. Creemos que también el geógrafo griego Estrabón y el historiador Diodoro entresacaron de la obra de Posidonios sus descripciones de los sacrificios célticos, pero independientemente el uno del otro y de César, pues cada uno de los tres relatos derivados contiene algunos detalles que no se encuentran en ninguno de los otros dos. Reviniéndolos, podemos restaurar el relato original de Posidonios con alguna probabilidad, obteniendo así un cuadro de los sacrificios ofrecidos por los celtas de Galia a finales del siglo II a. c. En lo que sigue, creemos encontrar las líneas principales de la costumbre. Los celtas reservaban los criminales condenados con objeto de sacrificarlos a los dioses en el gran festival que tenía lugar cada cinco años. Cuantas más victimas de éstas hubiera, tanto mayor sería la fertilidad del país. Si no había bastantes criminales que inmolar, suplían la deficiencia con cautivos de guerra. Llegado el momento, las víctimas eran sacrificadas por los druidas o sacerdotes; unos eran derribados a flechazos, otros empalados y otros más quemados vivos del siguiente modo. Construían imágenes colosales de cestería o de madera y yerbas, que rellenaban de hombres vivos, ganado y animales de otras clases; después prendían fuego a las imágenes, que ardían con todo su contenido viviente.
Así eran los grandes festivales de cada cinco años. Junto a estas fiestas quinquenales, celebradas en tan gran escala y al parecer con tan gran derroche de vidas humanas, creemos razonable suponer que tenían festivales anuales de igual clase, sólo que en menor escala, y que de estos festivales anuales descienden directamente por lo menos algunos de los festivales ígnicos que, con sus vestigios de sacrificios humanos, se celebran todavía año tras año en muchas partes de Europa. Las gigantescas imágenes construidas con mimbres o cubiertas de yerbas en las que los druidas encerraban a sus víctimas nos recuerdan el armazón de follaje en el que todavía suele introducirse el representante humano del espíritu del árbol. Por esto, viendo que se suponía que la fertilidad del país dependía de la debida ejecución de estos sacrificios, Mannhardt ve en las víctimas célticas metidas entre mimbres y hojas, los representantes del espíritu arbóreo o de la vegetación.
(…)
También la costumbre druídica de quemar animales vivos encerrados en el armazón tiene su "réplica" o duplicado en los festivales del solsticio de verano. En Luchon, Pirineos, la víspera del solsticio "erigen
una columna hueca en el centro del suburbio principal, de unos veinte metros de alta, hecha con una armadura fuerte y con follaje verde entrelazado por completo hasta arriba y, para formar a modo de un bello fondo a la escena, colocan abajo, artísticamente dispuestos, arbustos y las más bellas flores. Rellenan la columna con materia de fácil combustión. A la hora señalada, las ocho de la noche, sale del centro de la ciudad una gran procesión compuesta por la clerecía y seguida por jóvenes de ambos sexos vestidos de fiesta; van cantando himnos religiosos y se colocan alrededor de la columna. Mientras, en las colinas de los alrededores encienden hogueras de bellísimo efecto. Todas las serpientes que han podido reunir las arrojan al interior de la columna, a la que inmediatamente prenden fuego en su base por medio de antorchas con las
que unos cincuenta muchachos y hombres danzan con frenesí alrededor de la columna. Las serpientes, para huir de las llamas, ascienden enroscándose hasta el extremo superior de la columna, donde se las ve moviéndose desordenadamente hasta que, finalmente, obligadas por las llamas, caen, sirviendo su lucha por la vida para originar el entusiástico goce de los espectadores en derredor. Ésta es una ceremonia anual favorita y la tradición local la señala un origen pagano". En las hogueras del solsticio de estío, que antiguamente se encendían en la plaza de la Gréve, en París, era costumbre quemar una cesta, barril o saco lleno de gatos vivos, que se colgaba de un mástil alto en medio del fuego; a veces quemaban una zorra. El pueblo recogía después tizones y cenizas para llevar a casa, creyendo que esto les traería buena suerte. Los reyes franceses presenciaban con frecuencia estos espectáculos y aun encendían la hoguera con sus mayestátícas manos. En el año 1648, Luis XIV, coronado con una guirnalda de rosas y llevando en la mano un gran ramo de rosas, encendió la hoguera, bailó y después participó del banquete de ayuntamiento. Pero ésta fue la última vez en que un monarca presidiera la hoguera del solsticio estival en París. Los fuegos solsticiales se encendían en Metz, con gran aparato en la explanada y en ellos arrojaban en cestos una docena de gatos vivos para diversión de las gentes. De modo análogo, en Gap, en el departamento de Hautes-Alpcs, acostumbraban asar gatos en la hoguera del solsticio de verano. En Rusia quemaban algunas veces, en las mismas circunstancias, un gallo blanco; en Meisscn o Turingia arrojaban al fuego ceremonial la cabeza de un caballo. Otras veces quemaba" animales en las hogueras de primavera. En los Vosgos quemaban gatos el Martes de Carnaval; en Alsacia los arrojaban a la hoguera de Pascua de Resurrección. En el departamento de las Ardenas echaban gatos en las hogueras encendidas el primer domingo de Cuaresma; algunas veces, por un refinamiento de crueldad, los colgaban del extremo de una pértiga sobre el fuego, asándolos vivos. "El gato, que representa al demonio, nunca sufrirá bastante". Mientras
los animales perecían en las llamas, los pastores obligaban a sus rebaños a saltar sobre el fuego, estimando esto como un medio infalible para preservarlos de enfermedades y brujerías'.
Así, pues, parece posible rastrear los ritos sacrificiales de los celtas de la antigua Galia en las fiestas populares de la Europa moderna. Es natural que en Francia o mejor aún, en la extensa área comprendida en
los límites de la antigua Galia, sea donde esos ritos han dejado las huellas más claras en las costumbres de quemar gigantes hechos de armadura de mimbres y con animales metidos dentro de los armazones o cestos.
Obsérvese que estas costumbres se celebran en el día del solsticio de verano o en días próximos. De esto podemos concluir que los ritos originales de los que éstos son los sucesores degenerados se solemnizaban
en el día del solsticio estival. Esta deducción armoniza con la conclusión que sugiere una revisión general del folklore europeo y según la cual el festival del solsticio de estío, en conjunto, es el más extensamente
difundido y el más solemne de todos los festivales anuales que celebraban los primitivos arios en Europa. Al mismo tiempo debemos tener presente que entre los celtas británicos los principales festivales
ígnicos del año parecen haber sido los de Beltane (día 1° de mayo) y Halloween (víspera de Todos los Santos, día último de octubre), y esto promueve la duda de si los Celtas de la Galia no habrán celebrado su
principal rito del fuego, incluyendo sus quemas sacrificiales, a principios de mayo y comienzos de noviembre, más bien que en el solsticio de estío.
Nos queda todavía inquirir cuál es el significado de estos sacrificios y por qué quemaban hombres y animales en estos festivales. Si estamos en lo cierto al interpretar los modernos festivales del fuego europeos como tentativas para romper el poder de la brujería, quemando y ahuyentando brujas y hechiceros, podremos explicar los sacrificios humanos de los celtas de modo igual, o sea que debemos suponer que las víctimas a quienes los druidas quemaban dentro de imágenes de cestería eran
condenadas a morir por ser brujas o hechiceros, y el procedimiento de ejecución por el fuego se escogía porque quemarlos vivos se estimaba el medio más seguro de eliminar a estos seres nocivos y peligrosos. La
misma explicación puede aplicarse al ganado y a los animales salvajes de muchas clases que los celtas quemaban junto con las personas. Podemos conjeturar además que los celtas creían que estos animales estaban
bajo el maleficio de la hechicería o eran realmente brujos y hechiceros que se habían transformado en animales con el maligno propósito de proseguir sus confabulaciones infernales contra el bienestar de sus convecinos.
Esta hipótesis se confirma por la observación de ser gatos las víctimas quemadas más corrientemente en las hogueras modernas, y los gatos son precisamente los animales en que más usualmente se transforman
las brujas, según se cree, acaso con la excepción de las liebres.
También hemos visto que en ocasiones quemaban en las hogueras solsticiales de verano serpientes y zorras; se sabe que las brujas galesas y alemanas se transformaban en zorras y serpientes. En suma, cuando recordamos la gran variedad de animales cuyas formas pueden adoptar las brujas a su capricho, creemos fácil explicar con esta hipótesis la variedad de animales vivos que se han quemado en estos festivales, lo mismo en h antigua Galia que en la Europa moderna; podemos barruntar que todas esas víctimas fueron condenadas a las llamas no por ser
animales, sino porque se les creía brujas que habían tomado forma animal para sus propósitos nefandos. Una ventaja de explicar los antiguos sacrificios célticos de este modo está en que da verdadera congruencia
y consistencia al trato que Europa ha dispensado a las brujas, desde los tiempos más antiguos hasta hace dos siglos, en que la creciente influencia del racionalismo desacreditó la creencia en la brujería y suprimió la
costumbre de quemar brujas. Sea como fuese, podemos entender ahora por qué los druidas creían que cuantas más personas sentenciasen a muerte mayor sería la fertilidad del país. Para un lector moderno, a primera
vista, podría no ser demasiado evidente la conexión entre la actividad del verdugo y la productividad de la tierra, mas le satisfará la pequeña reflexión de que siendo criminales las personas que perecían en la pira o el cadalso y cuyo deleite era atizonar las mieses del labrador o tenderlas contra el suelo tumbadas por las tormentas de pedrisco, la ejecución de aquellos desventurados estaba efectivamente calculada para asegurar una cosecha abundante mediante la remoción de una de las principales causas que paralizan los esfuerzos y marchitan las esperanzas del labrador.
Los sacrificios druídicos que estamos examinando fueron explicados de modo distinto por W. Mannhardt. Supuso éste que los hombres a quienes los druidas quemaban en imágenes de cestería representaban los
espíritus de la vegetación y, según esto, la costumbre de quemarlos era una ceremonia mágica hecha con la intención de asegurar luz solar suficiente para las cosechas. De modo análogo creemos que se inclinó a la
noción de suponer a los animales que quemaban en las hogueras como representantes del espíritu del grano, del que, como vimos al comienzo de esta obra, se suponía que con frecuencia adoptaba forma animal. No
hay duda de que esta teoría es defendible y la gran autoridad de W. Mannhardt la hace acreedora a un examen detenido. Nosotros la adoptamos en las anteriores ediciones de este libro pero, después de repasarla, la creemos en conjunto menos probable que la teoría de que los hombres y animales abrasados en estas hogueras pereciesen en su carácter de hechiceros. Este último punto de vista está vigorosamente apoyado por el testimonio de las gentes que celebraban estos festivales ígnicos, puesto que un nombre popular para la costumbre de encender estas hogueras es "quemar las brujas"; algunas veces se queman efigies de brujas, y de estos fuegos, los tizones, ascuas y cenizas se suponía que ofrecían eficaz protección contra la hechicería. Por otro lado, poco puede decirse para demostrar que las efigies o animales quemados en los fuegos fueran considerados por los pueblos como representantes del espíritu de la vegetación y que las hogueras fuesen encantamientos solares. Con respecto a las serpientes en particular, que se solían quemar en el fuego solsticial de verano en Luchon, no conocemos prueba alguna de que en Europa se haya considerado a las serpientes como corporeizaciones del espíritu del árbol o del cereal, aunque en otras partes del mundo este concepto parece no ser desconocido. En cambio, como es tan general y está tan profundamente arraigada la creencia popular en la transformación de las brujas en animales y como, además, es tan intenso el miedo que inspiran estos misteriosos seres, parece estarse más en lo firme al suponer que los gatos y demás animales que se quemaban en las hogueras sufrían la muerte como corporeizaciones de brujas y no en cuanto representantes de los espíritus de la vegetación.
Sir James Frazer
La Rama Dorada
64.2
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