¿Es noble para Dalí la
escatología?
¿Cree usted casualidad que los arrebatos de los místicos vayan tan a
menudo unidos a la defecación y al pedo? El ano, exaltado por Quevedo en sus Gracias y desgracias del ojo del culo, es, sobre todo, un símbolo que purifica nuestros actos de canibalismo. Todo
lo humano, cuando lo trasciende la espiritualidad de la muerte, se convierte en místico.
En
la corte de Francia, tras el nacimiento del Delfín, se recogía, ante los grandes del reino, los
excrementos del heredero del trono y
se convocaba a los más grandes artistas para que se inspiraran en la
paleta de la mierda real. La corte entera se vestía de color caca-delfín. Esto es noble. Se trata de
aceptar al hombre en su totalidad, incluida su caca, incluida su muerte. Además, la paleta excremental es
de una riqueza infinita que va del gris al verde y de los ocres al marrón; si no, fijaos en Chardin. Y
en gastronomía nada halaga más al ojo que el matiz de la cagarruta. El verdadero escándalo es que no
nos atrevemos a decirlo ni a pensarlo. ¡Viva la caca-delfín!
Fijémonos también en los americanos, incapaces de mirar la muerte cara a
cara y con toda una industria puesta bajo el eslogan de «Morid, nosotros nos encargamos de
lo demás», que tiende a escamotear la realidad del fenómeno, a minimizarlo, adorarlo,
pasteurizarlo, estandarizarlo, a suprimirle todo cuanto tiene de trágico. Pero la muerte concebida sin
grandeza sólo puede inspirar
una vida pírrica, de ideas adocenadas. Si la muerte pierde su sentido,
la existencia humana no tiene relieve. La caca-delfín es impensable en los USA; se la reemplaza por el
rosa bombón, es decir, por la insipidez y la mediocridad.
Yo sueño con devolver a la muerte su solemnidad y su fascinación. Quizá
sea preciso, como en los tiempos de grandeza de El Escorial, recuperar los pudrideros en
los que se asistía a la descomposición lenta de los cuerpos y en los cuales la vista y el olfato
llevaban al espíritu y a la memoria los valores fermentados de una verdadera espiritualidad. Los
cuerpos, devastados por los gusanos, cumplían su última y noble función: el retorno a la tierra. En
la aceptación de la escatología, de la defecación y de la muerte hay una
energía espiritual que yo exploto con mucha frecuencia.
Estoy persuadido de que, inconscientemente, el impulso profundo que me
llevó a destripar mi pequeño erizo muerto y en descomposición exigía sin duda
que me lo comiese.
Dalí: hacer morir y comer
Me gusta mucho triturar con los dientes los cráneos de los pajarillos,
los huesos para extraer la médula, las becadas podridas, guisadas y servidas sin vaciar, y lamento
no haber podido comer jamás el célebre pavo vivo pero cocido, que es, según parece, un plato mágico.
Sé que soy feroz y mi conciencia se complace en los apetitos caníbales,
ya que mi degustación es una prueba constante de mi realidad viviente. Saboreo mejor la vida,
el saberme vivo, cuando devoro un muerto. La mandíbula es, además, un maravilloso instrumento
para medir nuestra propia ansia de vivir y la calidad de lo real, que no es más que una inmensa
reserva de podredumbre cuyos cementerios son nuestras mesas. La verdad está en los dientes. Toda
filosofía se verifica en el arte de comer. Un hombre se manifiesta tal cual es cuando tiene el tenedor en la
mano. La aristocracia de la Gran Cocina me ha seducido siempre. Al igual que a mi padre, me
entusiasman los mariscos, loscrustáceos cuya carne virgen está protegida por los huesos puestos
astutamente en su exterior, pero
detesto las ostras separadas de su concha y la blandura de las
espinacas.
Joseph de Maistre lo ha dicho todo, sobre este asunto, al observar que
en un campo de batalla el hombre no desobedece jamás y que la tierra entera, embebida
continuamente de sangre, es un altarinmenso en el que todo lo que vive debe ser inmolado sin fin, sin medida,
sin descanso, hasta la consumación
de las cosas, hasta la extinción del mal, hasta la muerte de la muerte.
Salvador Dalí y André Parigaud, Confesiones Inconfesables, 1975
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