sábado, 23 de enero de 2010

Revividos


El bienaventurado San Gregorio, en el cuarto libro de sus Diálogos, capítulo treinta y seis, refiere algunas personas que, aviendo muerto y tornando a vivir, davan cuenta de la remuneración y premio, y también del castigo y pena que reciben las almas de los que mueren, conforme a sus méritos o deméritos. Y dize que tiene Dios dos fines en esto: uno es que, sabiéndolo, algunos vengan a enmendarse y se hagan mejores; y otro, que no haziéndose mejores ni enmendándose, sea mayor su infierno. Refiere pues a un Pedro Monge, que viviendo vida de seglar vino a morir de su enfermedad, volvió a la vida, y afirmava aver visto los tormentos que se dan a las almas en el Infierno de fuego, donde conoció a algunos hombres que en el mundo fueron poderosos, y que, estando a punto de ser lançado en la llama, llegó un ángel y le detendió, diziendo:
-Buelve al mundo, y mira cómo vives en adelante.
Esto todo contava Pedro, cuya vida fue después de tanto ayuno, vigilias y asperezas, que era prueva de aver visto el Infierno, Y, cuando su lengua no lo dixera, sus obras lo dezían y manifestavan. Cuenta assí mismo de otro Estéfano, vezino de Constantinopla, que murió, y siendo buscado el ungüentario para embalsamarle y no hallándose, quedó la noche sin ser enterrado. En este tiempo su alma era llevada al Infierno, y sin entrar en él, vido cosas que oyéndolas antes en el Mundo le parecían imposibles. Dixo que avía sido presentado a un juez, aunque no le quiso admitir, diziendo:
-Yo no mandé que fuesse este Estéfano traído, sino otro, herrero. Tenía éste su casa cercana del que murió, resucitó el muerto y, al mismo punto, fue el otro muerto. Y su muerte dio testimonio de ser verdad lo que contava el primero. Dize más el mismo San Gregorio, que en una pestilencia que sucedió en su tiempo en Roma, en la cual se vieron caer saetas del Cielo, y a los que herían morían, fue herido y muerto un soldado, y después bolvió a tener vida, y contava lo que le avía sucedido. Dezía que vido una puente, y debaxo della un río negro y caliginoso. Salía dél un olor pestilencial, con una niebla espessa y muy penosa. De la otra parte del río parecían unos prados amenos y deleitables cubiertos de hiervas y flores, en los cuales andavan compañías de hombres vestidos de blanco.
Avía en aquel apazible lugar un olor suavíssimo y fragancia celestial, que tenía contentíssimos a los que en él estavan. Avía mansiones y casas labradas maravillosamente y que resplandecían como el Sol. Era ley que los pecadores y viciosos que passavan por la puente caían en el río, y los justos y siervos de Dios passavan con facilidad. Dentro, en el río, dezía el soldado que vido a un Pedro, de estado alto eclesiástico, aprisionado con hierro. Y preguntando la causa por que estava allí, le fue respondido, dize San Gregorio, un pecado que los que le conocimos vimos en él, y era que castigava delincuentes más con zelo de vengança y crueldad que de aprovechamiento.
Dixo que vido passar por la puente a un clérigo peregrino, y que passó con tanta facilidad como fue la humildad en que vivió. Dixo más, que vido al mismo Estéfano herrero, de que se ha hecho mención, vezino de Constantinopla, que iva a passar la puente y estando en ella resvalósele un pie y quedó el medio cuerpo fuera de la puente. Salieron unos etíopes feíssimos del río y assieron de sus pies para derribarle en aquella profundidad. Mas llegaron de improviso algunos abades y religiosos, con otros varones hermosíssimos, que le assieron de los braços y procuravan subirle en la puente y librarle, y estando en esta porfía, que tiravan dél los malos para derribarle en el río, y los buenos para levantarle en alto y defenderle, el soldado, que lo mirava y lo refería, fue buelto a la vida y no pudo ver el fin y remate desta porfía.
San Gregorio dize que por la vida que vivió Estéfano se dava a entender que contendían el aver sido carnal y limosnero: era amigo de dar limosna, y no resistía los vicios de la carne. Lo que sucedió en aquella peligrosa contienda no se sabe. Lo dicho es de San Gregorio, en el lugar alegado. Y añade en el capítulo treinta y ocho, de un Teodoro, monge en su propio monasterio, que le llevó a ser religioso más la necessidad y pobreza que la voluntad y gana de servir a Dios. Y assí, no sólo exercitarse en buenas obras y de religión le era enfadoso, mas el hablar dello le era penoso.
Cayó enfermo, y estando cercano a la muerte, y los monges presentes para ayudarle en aquel punto, él, de repente, començó a darles bozes que se apartassen y guardassen, que venía un terrible dragón a tragarle. Y mostrando desesperación, les dezía que le diessen lugar a que le tragasse y hiziesse lo que avía de hazer. Los monges le animavan, y que se signasse con la Señal de la Cruz, y respondía que el dragón estava ya tan asido dél que no le dava lugar. Oído de los monges, prostráronse en tierra, y con lágrimas hazían por él oración. Y con esto, cobrando aliento el enfermo, dixo:
-Gracias se den a Dios, que ya el dragón que me quería tragar por medio de vuestras oraciones ha huido, y se fue. Rogad por mí a Dios, que determinado estoy de mudar la vida y ser otro.
Esto dixo, y lo cumplió, y murió después santamente. Prosigue adelante San Gregorio, y dize de un Crisorio tan lleno de vicios como de riquezas. Era sobervio, hinchado, carnal y codicioso. Cayó enfermo y estando para morir vido unos hombres negros que venían a llevar al Infierno su alma. Recibió temor y miedo grandíssimo. Sudava y trassudava. Llamó a un hijo suyo, que se dezía Máximo, que fue monge siéndolo San Gregorio. Pedíale que le faboreciesse y le fiasse, pidiendo tiempo para enmendar su vida. Máximo derramava lágrimas sin saber qué partido tomar. Llamó la familia, y nadie veía lo que el enfermo, aunque en los visajes que hazía entendían que estavan allí demonios. Bolvíase de una parte y allí estava; bolvíase de la otra y mirava a la pared, y en ella los hallava.
Viéndose apretado, dava bozes pidiendo tiempo de penitencia sólo hasta el día siguiente, y en estas bozes dio la alma. Dize San Gregorio que, pues el tiempo que pedía no le fue concedido, que es indicio de que se condenó, y lo que vido y dixo, que no fue para provecho suyo, sino para documento nuestro. Passa adelante con su narración el Doctor santo, y dize que en | Iconio de Isauria avía un monasterio, llamado Tongolaton, en el cual vivía un monge bien acreditado y tenido por santo, aunque todo era aparencias, porque ayunava a vista del convento con grande aspereza y hartávase en su celda, y desta suerte era lo demás. Vino a morir, y los demás monges esperavan oír dél cosas de grande deleite y consolación para sus almas, y lo que le oyeron dezir fue descubrir sus hipocresías, en especial acerca de los ayunos aun de obligación.
-Creíades -dize- que yo ayunava, y ocultamente comía. Por lo cual quiere Dios que sea dado en poder de un dragón, el cual con su cola me tiene ligados mis pies, y su cabeça pone en mi boca para sacar mi desventurada alma, y que yo muera.
Y assí fue, que diziendo esto espiró. Concluye San Gregorio afirmando que fue orden del Cielo que esto se divulgasse para utilidad nuestra, pues para el monge no lo fue. No se le concedió lugar de penitencia, porque cuando le tuvo no se aprovechó dél.

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